jueves, 1 de mayo de 2008

Cuaderno de notas

Le pareció que le pagaban con fría indiferencia. Se sentía un estúpido sentado delante del ordenador, con los brazos cruzados y mirando absorto una pantalla en blanco.

martes, 29 de abril de 2008

La llave


La llave giró dentro de la cerradura. Ella ahogó un grito de terror mientras su cuerpo se enderezaba. Un escalofrío la recorrió cuando vió que el pomo se giraba. Pero la mano que empujaba la puerta no era la de él, así que trató de realajarse aunque no podía dejar de temblar. Acariciaba sus brazos como aliviándolos de una herida que no existía aunque dolía en su mente. Mantenía la cabeza agachada dejando escapar alguna lágrima. La recién llegada observaba la escena sin entender nada, miraba perpleja cómo caían sus lágrimas una tras otra al suelo.
- ¿No es hoy tu cumpleaños?
- Si, perdona- dijo Leonor mientras se limpiaba la cara con la manga del jersey y miraba al vacío sin entender por qué después de 12 años seguía recordando el miedo que un día tuvo.

domingo, 27 de abril de 2008

"Nº1"

Entré y le ví en el sofá, frente a la tele pero no la miraba. Mismo pijama, misma postura y mismo pelo alborotado que 10 horas atrás. No reaccionaba. Acaricié su hombro y se desplomó. ¿Estaría muerto? Acerqué la mano a su nariz, respiraba. Le incorporé. Me miró durante más de un minuto con ojos suplicantes. Luego volvió a mirar al frente.

El hecho de respirar, pensé, no garantiza que estemos vivos.

miércoles, 23 de abril de 2008

Realidad

Sucia realidad que empapas mis tripas de bilis, que empañas mi alma con inquietud. Me empujas al abismo de la desesperación, derrumbas mis emociones hasta que solo me dejas el miedo y la agonía. Miedo a perder una vida que me roba tu ansiedad y agonía porque no la vivo.

jueves, 31 de enero de 2008

Secuelas

María sale de casa antes del amanecer, como cada mañana. Y casi como cada mañana, tiene que correr para no perder el autobús porque se le han pegado las sábanas. Lleva la cara lavada, el pelo recogido en una coleta y una sonrisa casi pintada en la cara. Es viernes y por la noche ha quedado con unos amigos para jugar a los bolos.

Después de hora y cuarto llega al centro de la ciudad. Se saca del bolsillo el “aparatito de poner multas” y se encamina hacia la calle en la que trabaja vigilando la zona azul. Mientras llega piensa en que nunca ha preguntado en la empresa cómo se llama la dichosa maquinita. Sabe que sirve para imprimir multas y cobrar a los infractores con tarjeta, pero no sabe cómo llamarlo. Parece que, definitivamente, el cacharro se quedará sin nombre un día más.

La zona que tiene asignada es una de las avenidas más concurridas de la ciudad, con seis carriles, amplias zonas de aparcamiento y muchas oficinas. Pero cuando María llega lo encuentra aún todo desierto. Apenas algún coche pasa sin mucha prisa, por la calle solo el mismo tipo que todos los días saca a su perro de lanas a que mee en las ruedas de los coches. Parece como si se hubiera quedado anclado en los años 60. Sigue vistiendo como un hippie, pero de barba y largo pelo blanco. La mirada como ausente y el paso desconcertante. Pero a ella le transmite mucha paz pese a que nunca han cruzado ni un saludo. Mientras le mira pensando en todo esto, el reloj de la catedral da las 7 en punto.

Enciende la radio y se deja llevar por la selección musical de alguna radio fórmula hasta la hora del bocadillo. De vez en cuando, alguna canción le emociona, le alegra o le sorprende y sonríe más ampliamente todavía. O hace play-back cuando cree que nadie la mira acompañándose incluso de algún movimiento de caderas.

“Las señales horarias nos llevarán hasta las 12 en punto. Sigue con nosotros en ésta, tú radio” En ese momento comienzan a sonar los primeros acordes de Torn de Natalie Imbruglia y María siente que puede comerse el mundo. El cielo es perfecto, camina como flotando entre nubes y no podría haber en el mundo alguien más feliz que ella. Llega el solo de guitarra y empuja la puerta del bar donde desayuna cada día.

Mientras come se entretiene mirando la tele, aunque son todos programas de testimonios. El primer invitado cuenta que no puede dejar de fumar. Ha perdido a su mujer por ese tema e incluso le han echado del trabajo. Pero llora al confesar que es más fuerte que él, no puede controlarlo. Al segundo le han quedado secuelas de su infancia. Parece ser que en el colegio había un niño que le pegaba todas las mañanas e incluso intentaba ahogarle. El chico lleva 6 años de terapia e incluso se tuvo que dar de baja por depresión en el trabajo cuando un compañero le gastó una broma cogiéndole por el cuello. Mediante mensajes que van apareciendo sobre impresionados, otros espectadores van comentando los traumas que les han dejado situaciones parecidas.

El tercer testimonio es el de una chica joven, de unos 18 años, que parece ser que no puede estudiar porque la situación en su casa es insostenible. Su hermano grita constantemente, pero como es hiperactivo lo único que pueden hacer es medicarle, pero nunca atosigarle para que deje de hacer cualquier cosa que esté haciendo.

María termina su bocadillo, sigue trabajando y cuando se quiere dar cuenta… ¡ya son las 3! Se mete en los servicios de bar, se quita el uniforme que deja doblado dentro de su mochila y saca su ropa normal: vaqueros, camiseta de manga corta y zapatos de deporte. Se lava la cara, se lava los dientes y sale como una exhalación.

- Hasta mañana, Melchor. – exclama la chica mientras cruza la puerta.

- Adiós preciosa, suerte con el examen. – le responde el camarero mientras sigue secando vasos detrás de la barra.

- Melchor, ¿ésa no era la hija del Lobo? Pobre chiquilla.

- Sí, es ella. ¿A que ha crecido? Todavía me acuerdo de cuando aún sentada en el taburete apenas su naricilla sobresalía por encima de la barra. Por suerte esos tiempos quedaron atrás.

- ¿Qué fue de Lobo? ¿Sigue viniendo también por aquí? Hace muchos años que no le veo y me gustaría, es un cachondo mental.

- Murió el año pasado. Llevaba sin ver a Carlos y María 10 años y un buen día les llamó. El chico no quiso saber nada de su padre, pero ella accedió a verle y descubrió que lo que él quería era despedirse. Qué curioso, precisamente hoy hace un año.

María pega un bote en la cama, pero no llega a despertarse. Es de nuevo una niña y se aleja en una ambulancia mientras su piso arde y las llamas le parece que tocan casi el cielo. No llora, no se mueve, no habla, o gesticula. Parece que estuviera grabando en la mente ese momento para no olvidarlo jamás. Cómo su padre se quedó durmiendo la mona mientras fumaba, cómo ella se levantó para darle un beso y tiró la cerveza que había en la mesa bajita. Cómo aquello comenzó a arder sin que ella pudiera evitarlo… Lo siguiente que recuerda es a su padre correr… Ya no le volvería a ver, nada más en su lecho de muerte cuando la llamó para disculparse por aquello. Recuerda cómo se abrazó a Carlos cuando los bomberos le sacaron completamente cubierto de ceniza y cómo se oían a lo lejos los gritos de auxilio de mamá.

Luego volvió a ver a mamá, lloraba sentada en el suelo rezando para que papá se durmiera. Luego se vio ella misma en la cama. Mamá gritaba como la noche del incendio, pero no había llamas ni humo… Entonces sonó un despertador

- Mierda, ¡se me han vuelto a pegar las sábanas! – se incorpora y coge el móvil. - ¡Hola! ¿Mercedes? Soy María. Mira, que llegaré un poco más tarde porque voy a la última prueba del vestido. Si, mi idea era llamarte antes de la hora, pero he tenido una noche horrible.

Se metió en la ducha y ensimismada, volvió a imaginarse aquel precipicio. Era bonito acercarse al borde y mirar porque creías dominar un paisaje precioso. Y volvió a imaginarse a ella misma vestida de blanco saltando y volando por encima del paisaje. Llegó hasta la ciudad y voló por encima del bar, de su calle, de su casa, de las tumbas de sus padres… Debajo la gente normal hacía cosas normales: una chica escuchaba música y chateaba mientras su hermano grita por toda la casa como si fuera un coche de bomberos, un hombre se fuma un cigarro tirado en el sofá mientras mira la tele e incluso ve a otro haciendo el amor con una chica vestida de cuero que le atrapa con su látigo por el cuello.

Salió de la ducha sonriente como nunca. Se casaba dentro de cuatro días, le quedaban 5 asignaturas para terminar medicina y ese día su hermano Carlos volvía de Nueva York después de casi un año estudiando allí. Salió a la calle con un vestido de gasa, sandalias, el pelo suelto y… bueno, tan radiante que todo el que se cruzaba con ella no podía sino mirarla. Se puso la radio y sonaba Beautiful Life de Ace of Base. Cuando llegó a la parada se veía todavía de lejos el autobús del barrio… le tocaba esperar veinte minutos mínimo. Pero daba lo mismo, el cielo estaba azul, se oía a los pajarillos alborotados del parque cercano y la radio estaba a tope de batería.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Libertad

Sus lágrimas caían como ácido en mi alma. Caminaba lánguidamente, con la mirada perdida y balbuceando pequeñas palabras: "no, no, no". Trataba de respirar pero su pecho lo atravesaba una daga. Tampoco notaba latir el corazón. Todo alrededor se había parado de repente y solo existía su llanto. Cuando tuvo los ojos hinchados y sus ojos se secaron, seguía gimiendo... tanto que ensordecí. Solo podía llorar porque si dejaba de hacerlo se daría cuenta de lo que había perdido. "No, no, no"... "No quiero recordarlo, quiero que pase pronto, olvidarlo". "No quiero perderlo, no puedo perderlo, volverá... debe volver". "No puede estar pasando, esto definitivamente no está pasando. Quiero despertarme, por favor, quiero despertarme".

Pasaban las horas, ahora estaba sentada en un mullido sofá enorme que cogía media estancia. Tenía apretadas contra ella sus piernas, de las que surgían dos sonrientes vaquitas de peluche convertidas en zapatillas. Se mecía y repetía, con un hilo de voz, "no, no, no". A veces chillaba, "¡no, no, no!". Otras veces la voz ni le salía, pero se leía en su cara.

Sin previo aviso se levantó en pleno sonambulismo, fue decidida hacia el cuarto y comenzó a vestirse. Sus ojos seguían ausentes, pero ahora parecían decididos. Cuando estuvo vestida cogió las llaves, abrió la puerta... Y se echó a llorar. Apretó fuerte los dientes mientras se dejaba caer de culo en el suelo. Empujó la puerta con un pie pero con tantas ganas como si quisiera hacerla añicos. ¿De dónde habría sacado aquella fuerza? ¿Dónde estuvo todo este tiempo?

Recordó entonces, como cuando miras unas diapositivas, todos esos estúpidos pensamientos que preocupaban su mente días, meses e incluso horas antes. Todas esas dudas, esos "y si"... todas las cosas de las que culpaba a otro escondiendo un miedo propio. Un miedo que le ganó la partida; la abandonó en su buscada y maldita soledad.

Miró por la ventana. La noche de Bombay era extrañamente tranquila y hermosa. Respiró, por primera vez desde que se bajó del avión, acompasadamente: "Ahora tienes lo que querías". Volvió a llorar y, como siempre aunque más lejos, sus lágrimas cayeron como ácido en mi alma.